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Superman: Birthright

Es difícil hablar de algo como Superman: Birthright.

No porque sea una obra difícil de analizar, mas bien porque es difícil sustraerse de toda la polémica que la envolvió desde el momento en que se publicó su primer número (actualmente publicada por Stiker Design).

Para quienes no sepan, Superman: Birthright es una maxiserie de 12 números escrita por Mark Waid, autor de Kingdom Come, dibujada por Leinil Francis Yu, tintas de Gerry Alanguilan y color de Dave McCaig. La intención de esta serie era presentar, en una saga coherente el origen de Superman.

La mención a Kingdom Come no es gratuita. Kingdom Come presenta uno de los mejores Superman que he leído. Me arriesgaría a decir que el mejor, superior incluso al de Moore o Morrison.

Con las primeras páginas de la maxiserie se abre la polémica ya que nos encontramos con un Kryton radicalmente distinto al presentado por John Byrne en Superman: Man Of Steel. Debo decir que a mi juicio el estéril Krypton de Byrne superior al utópico planeta de Waid. Jurgens definió la dicotomía Krypton-Smallville, y por extensión Metropolis, de manera genial en un relato publicado en español por Zinco (editorial española ya desaparecida). Lamentablemente con este nuevo Krypton tal dicotomía se pierde, aunque en realidad nunca fue un concepto que los guionistas de Superman explotaran.

Los fans del Superman post-crisis de Byrne pusieron el grito en el cielo y las odiosas comparaciones comenzaron. Y a decir verdad, el grito era más parecido a la pura alharaca que a otra cosa. Superman Man Of Steel nunca fue la gran cosa, sobretodo cuando uno la compara con Batman: Año Uno. A Superman le hacia falta una buena historia de origen.

Y si es por defender la continuidad, Birthright plantea desde el comienzo, como obra, una continuidad distinta, mientras que obras que pretender seguir el canon de Byrne, como Superman For All Seasons de Loeb, tienen graves errores de continuidad con MOS.

Lamentablemente la falta de una política editorial clara con respecto a la naturaleza de Birthright (¿Ultimate Superman? ¿Nueva Continuidad? ¿Retrocontinuidad?) resintió las ventas y con ello, la obra en su conjunto, ya que seguramente la presión editorial exigió cambios en lo que tenían proyectado los autores.

Me es imposible reseñar el trabajo de Waid o de Francis Yu como un todo. Existe una clara diferencia entre los primeros números y los finales. En un principio los guiones de Waid indagan en la naturaleza de Superman de una manera que no habíamos visto antes, preguntándose como afecta el tener esas habilidades y porque a pesar de poder someter el mundo a su voluntad Superman solo quiere ayudar. Comienza indagando en los “años perdidos” de Clark Kent como un joven corresponsal que recorre el mundo, con un sincero interés en las diferentes culturas del mundo. Luego, nos muestra lo conflictivo que debe ser para unos granjeros de Kansas, perdidos en medio de la nada, el ser padres del ser más poderoso del mundo, mostrándonos una relación tensa, alejada de la idílica y fantasiosa relación que Clark mantenía con los padres definidos por Byrne.

Los dibujos de Leinil Francis Yu sobresalen en su detallismo y puesta escena, cuidando pequeños detalles que nos hacen ver a Superman con otros ojos, dejando de lado el retrato del boyscout azul para presentarnos un Kal El que nos recuerda lo mejor de Christopher Reeve, esa mezcla de poder y humildad.

Lejos lo mejor y más consistente de la serie es el color de Dave MacCaig que se complementan a la perfección con el trabajo del dibujante y el entintador, proveyendo ese sentido de coherencia que falta en los otros aspectos de la serie, sobretodo a medida que la serie avanza.

Basta comparar las declaraciones de Waid, de hacer un Superman más cercano a la acción social como lo habían ideado Siegel y Shuster, declaraciones que se cumplen en los primeros números pero que sin embargo se olvidan completamente en los últimos números donde solo vemos el gran patio de juegos en que pelean Lex y Kal.

O comparar la manera en que Francis Yu dibuja a Clark en los primeros números, joven, de veinticinco años, atractivo, musculoso pero esbelto, levemente alien (lampiño y de ojos brillantes), una mezcla entre Reeve y Welling, a la manera en que termina dibujándolo, no muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver, una anatomía descuidada que solo es una desproporcionada masa de músculos, rasgos anodinos, y la apariencia de un treintón aburrido.

Todo el cuidado en los detalles de los primeros números se pierde para dar paso a una clásica historia de superhéroes y redención. Los detalles notables como la visión calorífica, que por primera vez en 60 años se ven como visión de calor y no rayos láser o solo ojos rojos (una “brillante” idea de Byrne), vuelve a ser visión de rayos láser; la habilidad de ver el aura electroquímica que rodea los seres vivos, uno de los aspectos más cuestionados por los fans que lo entendieron como un nuevo poder (incluso algunos lo bautizaron como soul-vision) y no como una consecuencia lógica de la capacidad visual de un kryptoniano bajo un sol amarillo, no vuelve a ser mencionada en lo que resta de la serie.

Si esta serie hubiese sido planteada como un “Ultimate Superman” seguramente habríamos tenido un producto final distinto, más autoconsciente, más redondo.

Ahora bien, el sabor agridulce se acentúa más cuando uno lee el final. Las dos páginas finales. El mejor final de una historia de origen de Superman que haya visto, y el mejor final de una historia de Superman junto con el final de Superman: Red Son de Mark Millar, que he leído.

Uno no deja de sentirse medio defraudado, cuando sabe todo el potencial que puede dar un personaje como Superman, al encontrarse con propuestas interesantes que son abortadas, Superman 2000, de Grant Morrison, Mark Millar, Tom Peyer y el mismo Mark Waid; o boicoteadas por un fandom más preocupado de la sagrada continuidad que de la calidad de lo que compran y una editorial incapaz de asumir riesgos con un personaje que puede dar pie a historias interesantísimas.

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Anarkangel